SÁBADO POR LA NOCHE EN ARGÜELLES

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Ayer por la noche estuvimos viendo a Obús en la sala Penélope, el antiguo Gaudeamus de los universitarios de los 80. El local se encuentra situado muy cerca de los bajos de Argüelles, donde prácticamente los únicos bares que han sobrevivido son los que programan música heavy.
Varias cosas nos llamaron la atención del evento de presentación de “Cállate”, el último CD de los madrileños. Para empezar, este nuevo local de conciertos se suma a la lista de los hosteleros de la noche que descuidan y maltratan a sus clientes. Terminado el concierto de rigor, su personal de seguridad se afana en vaciar el local con la mayor prisa posible. No vale que aún te quede la mitad de tu cerveza en la botella (¡por cierto, la venden a cinco euros!) o que quieras ir a los servicios. Las prohibiciones y los malos modos son la norma, porque ya sabemos que al rockerío hay que echarle pronto para que entre el público habitual de Penélope. En fin, no es una historia nueva, pero conviene destacarla y denunciarla mientras se sigan produciendo abusos de este tipo.

Desde luego, no parece Penélope el sitio más adecuado para que sus responsables hagan la vista gorda respecto al acceso de los menores a los conciertos. En un momento dado, Fortu preguntó cuántos de los presentes veían por primera vez a la banda sobre un escenario. La respuesta fue tibia, lo que nos llevó a pensar en la cantidad de chavales que habrían querido ver al cuarteto en su nueva aventura discográfica. La media de edad de los asistentes era alta, para qué negarlo; eso nos hizo echar de menos esa savia nueva que enloquece en los conciertos y da esperanza de futuro a la escena del rock en Madrid.

A la salida alguien sugirió acercarnos al Tyrant, ese bar de los bajos más conocido por “el bar con las entradas de conciertos en la barra”. Y qué curioso, toda esa gente joven que podría haber estado disfrutando de su cultura favorita en libertad era la misma que parecía estar esperándonos para preguntarnos “¿qué tal han estado los Obús?”. Eran en su mayoría estudiantes de Bachillerato o FP, gente sana que ha recuperado la estética y actitud de los 80 con sus cazadoras vaqueras parcheadas. Maduros para pedirse un mini de calimocho o cerveza, pero al parecer no para consumirlo viendo a uno de sus grupos de referencia.

La lógica del Ayuntamiento y la Comunidad es así: no quieren a la gente joven disfrutando de una velada musical compartida por varias generaciones -Obús lleva tocando casi treinta años, un combo perfecto para que lo disfruten por igual padres e hijos, tíos y sobrinos-. Las autoridades políticas prefieren a su masa juvenil consumiendo en un local similar -pero sin escenario ni músicos con guitarras-, mientras aguardan a sus hermanos mayores para que les cuenten lo bien que se lo han pasado coreando “El que más” o “Prepárate”.


Chocante, pero real. Que no nos tomen el pelo, que sabemos que el quid de la cuestión no es la venta de alcohol a los menores, sino su libre consumo del arte y la cultura, dos peligrosas armas del pensamiento que pueden sacar a los adolescentes de la pasividad a la que han sido condenados por el sistema y el poder.

Eso sí, toda su supuesta protección se limita al terreno de la música en directo. ¿Creen que algún concejal o consejero de seguridad se plantearía alguna vez prohibir el acceso de los menores al fútbol, los toros o una sala de cine donde se proyecten películas como ‘Saw III’? Suena raro, ¿verdad?

 

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