LAS PULSERAS DE IDENTIFICACIÓN SE GENERALIZAN: TAMBIÉN EN EL VIÑAROCK

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Recibimos con satisfacción la noticia de que el Viñarock de este año se ha decantado por la opción de las pulseras identificativas para distinguir a su audiencia más joven y que los menores puedan asistir al festival. Su web oficial describe así la solución tomada para evitar los habituales conflictos relacionados con la edad de los asistentes al evento:

"Los menores de 18 años tendrán acceso al festival con un brazalete especial pero no podrán adquirir ni consumir bebidas alcohólicas y también los menores de 16 años que podrán acceder únicamente acompañados de su padre, madre o tutor legal".

Una vez más queda claro que la tendencia a este tipo de identificación "en positivo" de los jóvenes se extiende como la fórmula más oportuna para no impedir el derecho de los menores a disfrutar libremente de la cultura musical en directo. Otro día hablaremos de la paradoja que supone que un adulto tenga que "tutelar" el acceso del menor a un recinto de música en vivo, por cuanto desde esta web consideramos que un joven de 16 años tiene la autonomía personal suficiente como para tomar sus propias decisiones -obviamos los ejemplos de polémicas recientes en el ámbito de lo social, pero ahí están-.


UNA POSIBLE SOLUCIÓN: LAS PULSERAS DE COLORES DEL CULTURA URBANA 2009

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La problemática del acceso de los menores a las salas no afecta sólo al rock. El otro gran estilo perjudicado es el hip-hop, la otra tendencia urbana y artística que más concita el interés de la juventud madrileña. Compañeros del verso rimado, enhorabuena por haber dado en pasos en firme para solucionar el problema. Veamos cómo lo hicieron…

Hace unos días tuvimos la oportunidad de conocer cómo los responsables de su máximo evento nacional, el festival Cultura Urbana, solucionaron el derecho de los seguidores del rap a disfrutar de sus artistas favoritos. La quinta y última edición del acontecimiento se celebró el pasado 16 de mayo de 2009 en el Telefónica Madrid Arena, un recinto deportivo donde se arbitró una solución perfecta para estos casos: el reparto a los menores de una pulsera identificativa de su condición, frente a la pulsera oficial de entrada al concierto.

La entrega de la pulsera, eso sí, se realizaba tras la presentación de los documentos acreditativos correspondientes. La organización lo explicó así de claro para que no hubiera dudas ni problemas a la entrada misma del Madrid Arena:

“Todos los menores de 16 años podréis venir al Festival Cultura Urbana acompañados de cualquier persona mayor de 18 años. Puedes venir con tu primo, hermano, amigo, padre, etc. A la entrada del festival, la persona mayor de edad que te acompañe deberá presentar su DNI y vosotros deberéis presentar también la autorización paterna firmada en los modelos que facilita la organización y exhibir fotocopia del DNI de su representante legal. Podéis venir todos los menores que queráis acompañados de un sólo mayor de edad.

Los que tengáis entre 16 y 17 años no hace falta que vengáis acompañados de un mayor de edad, con presentar vuestro DNI y la autorización paterna firmada en los modelos que facilita la organización y exhibir fotocopia del DNI de su representante legal podréis entrar”.

Desde la web oficial del Cultura Urbana se podían descargar e imprimir tres tipos de documentos de autorización:
- para menores de 16 años
- para menores de 18 años
- para terceros menores de 16 años.

El festival fue un evento vivo, lleno de incentivos para los seguidores de la cultura hip-hop, ya que cotaron con exhibiciones de graffitti, competencias de breakdance, baloncesto de calle, sesiones de música electrónica, exposiciones de pintura, etc. La asistencia fue de 15.000 espectadores, mucho de ellos por debajo de los 18 años.

Con elocuencias como ésta, resulta evidente que hay alternativas perfectamente válidas a la mera prohibición. ¿De verdad que a nadie en el Ayuntamiento de Madrid o en la Comunidad se le ha ocurrido que este sistema puede ser el perfecto para limitar el consumo de alcohol en los conciertos que se celebran en salas? Bastaría con presentar el identificador correcto para saber a quién se le puede o no servir bebidas alcohólicas. Si la idea dio buenos frutos en una convocatoria que el propio Ayuntamiento promovió desde su programa de fiestas de San Isidro, ¿por qué no aplicarla en el sector privado del ocio nocturno? Ahí queda la pregunta…

RECINTOS DEPORTIVOS Y TAURINOS, SÍ. SALAS, NO. ¿POR QUÉ?

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Una de las paradojas más desconcertantes de la ley que prohibe en Madrid el acceso de los menores a las salas de conciertos es que en teoría la normativa no se aplica a los recintos deportivos o taurinos (fundamentalmente, el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, la Plaza de Toros de Las Ventas, el Palacio de Vistalegre y La Cubierta de Leganés). Y decimos teóricamente, porque no faltan casos en que esta posibilidad ha sido conculcada o interpretada arbitrariamente por los celadores de turno.

En el caso del Palacio de la Comunidad de Madrid se da una curiosa circunstancia, ya que hace años la venta de alcohol sí estaba permitida. Con posterioridad se abrió un periodo de abstinencia obligada para quienes asistían a los conciertos que se celebraban en este recinto de la capital. Y durante los últimos años hemos comprobado personalmente cómo se venden sin ningún tipo de problema minis de cerveza y calimocho. Por supuesto, no abogamos por la prohibición del alcohol en el Palacio -en absoluto-, sino por un análisis de puro sentido común respecto a la excusa que fundamenta la ley que discutimos, que es la de proteger a los menores del consumo de alcohol.

La realidad ha demostrado con creces que la libre disponibilidad de este tipo de bebidas no ha generado ni un sólo caso de incidentes o comportamientos que alterasen el orden. Los menores que acuden al Palacio a ver a Rammstein, Fito y los Fitipaldis o los mismísimos Jonas Brothers se han gastado su dinero en la entrada y acuden al evento con el único interés que les mueve, y que no es otro que disfrutar de la música en directo de sus grupos favoritos.

Ni los precios de las consumiciones invitan a la ingesta compulsiva ni tampoco se trata de un espectador que prefiera gastarse su dinero antes en copas que en adquirir la camiseta oficial de la gira. Cualquiera que preste un poco de atención a los usos y costumbres de este tipo de público adolescente y juvenil puede sacar fácilmente las mismas conclusiones.

Los menores presentes en este tipo de eventos aprovechan la escasez de los mismos para disfrutar del acontecimiento al máximo, sabedores de que no van a ser muchas las oportunidades de que dispondrán durante el año para ver espectáculos en vivo. Bastaría pues un poco de voluntad para reparar en que el alcohol no es el problema.

Muy al contrario, es en la calle y no en las salas o recintos cerrados donde se escucha música en directo donde sí se pueden dar situaciones de abuso y consumo indebido de sustancias nocivas para la salud. Frente a ello, la música neutraliza la tentación bebedora y la distrae con cultura y diversión en estado puro. Todo lo demás es la aplicación de un prohibicionismo hipócrita y trasnochado, que no distingue ambientes ni circunstancias, en una aplicación represiva que carece de fundamento lógico y sentido de la equidad.

 

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